lunes, 30 de enero de 2017

Estoy viendo una serie llamada Rebellion. Se sitúa en Irlanda durante uno de los alzamientos más fuertes que encaminaban la nación hacia la independencia: el Alzamiento de Pascua. Tan solo llevo tres capítulos pero ya tengo dentro una mezcla entre tristeza y enfado.
En un momento del tercer capítulo, un rebelde dispara a un soldado inglés que cae al suelo. El compñaero del soldado grita "¿Estás bien Danny?". Danny ha seguido rebotando en mi cabeza mientras los disparos y las explosiones salían de la pantalla. Danny, Danny, Danny... Danny es un nombre, ni siquiera es un tipo de rango dentro del ejército o un nombre en clave. Es un nombre que corresponde con una persona inocente que no merecía morir.
Tiempo después en el mismo capítulo se ve como uno de los protagonistas pierde a un ser querido. Empieza a gritar, a llorar, a aclamar a Jesús, a temblar, hasta que acaba tirado en el suelo con la cabeza entre las manos. Esa persona tampoco quería morir.
¿Y todo por qué? Por los problemas del gobierno. Por problemas que el gobierno no puede solucionar por cuenta propia, problemas de los de arriba que como siempre recaen en los de abajo. Son los ciudadanos inocentes los que pagan esas malas decisiones o los que mueren si dos políticos no se ponen de acuerdo.
Todo es un teatro de la hostia. Los que mandan nos inculcan sus ideas a través de ideologías, campañas, anuncios, libros, artículos y periódicos. Se lo montan de tal manera que consiguen que nosotros defendamos esas ideas, que los defendamos a ellos hasta el punto de dar nuestra vida por ellos. Discutimos, gritamos, nos herimos, morimos, peleamos y batallamos por ellos, mientras ellos escapan del país, se esconden en sus casas acobardados o se meten en búnkers mientras toda la ciudad muere y se destruye.
Ellos gobiernan mal y nosotros los defendemos. Y nosotros morimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario